Perspectiva adoptada ante la
intervención grupal
Consecuente con estas reflexiones
quiero situar mi perspectiva respecto a la intervención grupal mencionando que
como punto de partida la ubico en el campo de la subjetividad, en tanto campo
teórico que pone de relieve la necesidad de problematizar la grupalidad y, en
términos amplios, el vínculo colectivo, y de esta manera abordar los retos de
la comprensión de la experiencia humana, la cultura y la sociedad, en forma tal
que puedan superarse los viejos reduccionismos (psicologismos, sociologismos) y
las persistentes antinomias que han poblado el pensamiento social, tales como
las de individuo/sociedad y subjetivo/objetivo.
El concepto de subjetividad, las
fuentes teóricas que han nutrido sus desarrollos contemporáneos y los problemas
metodológicos que se han suscitado en el campo de la investigación, ameritarían
un largo desarrollo que no pretendo realizar aquí; pero sí deseo hacer hincapié
en el desplazamiento al que obliga del término individuo a la noción de sujeto.
El primero sólo nos servirá de ahora en adelante para efectos puramente
descriptivos; en cambio, las nociones de subjetividad y sujeto, nos colocan
ante los procesos de creación de sentido y ante el estatuto de la condición
humana, que es el pasaje de la naturaleza a la cultura, mundo social histórico
que consiste en tramas de significación desde las cuales se teje la experiencia
humana. Quiero destacar también que la idea misma de sujeto remite a un sostén
viabilizado por las grupalidades que dan forma a la vida social: hablar de
sujeto es hablar de vínculo colectivo. Es decir, la subjetividad se gesta
en esa paradoja donde la función de sujetación, contención y sostén que provee
el tejido social, es condición imprescindible de la subjetivación, proceso de
diferenciación sin el cual no entenderíamos la creación de cultura y de
instituciones.
La dimensión de lo colectivo contiene varios planos: uno es el registro simbólico que nos funda como humanos, campo de la regulación transindividual por excelencia representado por el lenguaje; los otros planos están constituidos por las instituciones, que constituyen el campo normativo, y por el territorio de la intersubjetividad, de la grupalidad propiamente dicha, del intercambio. Toda singularidad –definida por procesos de diferenciación e individuación- está tejida desde dimensiones de lo colectivo de gran complejidad. Por ello nos representamos a la subjetividad (noción importante de destacar cuando operamos como coordinadores de grupo) como la situación irremediablemente conflictiva de la condición humana, como la convergencia tensa de múltiples procesos heterogéneos.
La dimensión de lo colectivo contiene varios planos: uno es el registro simbólico que nos funda como humanos, campo de la regulación transindividual por excelencia representado por el lenguaje; los otros planos están constituidos por las instituciones, que constituyen el campo normativo, y por el territorio de la intersubjetividad, de la grupalidad propiamente dicha, del intercambio. Toda singularidad –definida por procesos de diferenciación e individuación- está tejida desde dimensiones de lo colectivo de gran complejidad. Por ello nos representamos a la subjetividad (noción importante de destacar cuando operamos como coordinadores de grupo) como la situación irremediablemente conflictiva de la condición humana, como la convergencia tensa de múltiples procesos heterogéneos.
Es un avance del pensamiento
social ubicar al sujeto como una “construcción social” (y por tanto deducir que
toda singularidad es portadora de la cultura que la ha conformado) pero hay que
añadir que el sujeto no está nunca constituido en forma definitiva; por el
contrario, pensamos que la subjetividad expresa, a través de su condición
esencial de búsqueda y creación de sentido, un balance contínuo –muy dinámico y
vulnerable- en ese posicionamiento que es la relación del sujeto consigo mismo,
con los otros y con el mundo. La fragilidad relativa de este devenir
subjetivo reposa no solo en la historia inscrita desde las vicisitudes
pulsionales jugadas en las grupalidades que nos dieron el sostén primario -la
familia en primer término- (historia que por lo demás es resignificada en el
curso de nuestra vida), sino que se deriva del vínculo social, de la condición
de estar abiertos y sensibles a su devenir, que es también el nuestro. De
esta manera, se van recibiendo significaciones diversas y frecuentemente
contradictorias de los cauces que va recorriendo la sociedad que nos cobija, de
las figuras que van adoptando las formas sociales, las instituciones, los
valores y los términos de la participación social. Pensamos en una
inestabilidad radical en esa experiencia sostenida por el vínculo social,
inestable en el sentido de que es vulnerable y se altera constantemente, como
emergente de las vicisitudes pulsionales estrechamente ancladas en los procesos
sociales: la vida humana como una alteración continua, como una experiencia de
cambios, de pérdidas y de finitud.
Una vez ubicados en la producción
de subjetividad como horizonte teórico gestado en el diálogo con la práctica
grupal que hemos desarrollado y que debe mucho al modelo de los grupos
operativos originalmente propuesto por E. Pichon-Rivière en Argentina y a la
corriente de psicología social que gestó y nutrió con su fructífera obra,
pasaré a puntear los elementos principales que constituyen el esquema de
trabajo con el que abordamos la intervención grupal. Empezaré por su
finalidad, su hipótesis básica y la premisa que sostiene. Considero que este
esclarecimiento es fundamental porque toda intervención tiene, junto a su
sustento teórico y metodológico, una dimensión ética y política que no
puede ser soslayada. El “para qué” de una intervención es un interrogante
necesario que debería ser invariablemente reflexionado, tarea crítica que
brinda la condición básica, a partir de la cual los dispositivos concretos
utilizados se caracterizan por ser flexibles y operativos, donde
distintas formas pueden cumplir los principios metodológicos básicos.
Puedo decir que trabajo con un
modelo de intervención que pretende promover las condiciones para que
colectivos diversos (grupos, comunidades, organizaciones, etc.) construyan
miradas nuevas que sean esclarecedoras de los procesos de la subjetividad que
se verifican en los aconteceres de la vida cotidiana; esto apunta a
transformaciones en los posicionamientos subjetivos y a la apropiación de
mejores recursos de inteligibilidad de los vínculos que tejen las tramas
simbólicas e intersubjetivas que los sostiene. La experiencia, en sus
planos tanto singular como colectiva, puede ser resignificada y comprendida de
nuevas maneras. Es el desarrollo de una mirada reflexiva sobre los procesos de
la subjetividad, en una recuperación de los propios procesos de los integrantes
de un grupo, donde está anudada la historia personal y la colectiva. A esto le
llamamos “aprendizaje grupal”, desde la premisa de que el grupo es un lugar
privilegiado para propiciarlo. La apuesta de estos procesos es un
enriquecimiento subjetivo de estas colectividades, que así tendrían mayores
posibilidades para realizar abordajes más creativos de las problemáticas y
vicisitudes que van enfrentando en la vida social.
Podría decir que la hipótesis
teórica que sostiene la acción de intervención es la invisibilidad relativa que
mantienen los procesos que nos constituyen como sujetos, muchos de ellos
provenientes de dimensiones inconsciente. Por ello, no dudamos en concebir
nuestra tarea como una de formación -que supone gestar condiciones de
aprendizaje a partir de la elaboración de la subjetividad, no sustituible con
puros recursos informativos- formación que requiere un campo de experiencia que
debe ser recorrido. Esta experiencia es la participación en proceso
grupal, experiencia que al ir desplegando las formas de subjetivación que nos
van constituyendo –y que trascienden, naturalmente, el campo empírico del
proceso- constituye el material de los procesos de aprendizaje.
El proceso grupal se establece con dos criterios básicos: la construcción del ámbito grupal y la idea de aprendizaje como proceso, proceso no lineal sino tensionado siempre por tendencias contradictorias. La lectura de la experiencia se realiza desde una concepción de proceso (que se traduce metodológicamente en la consideración de los momentos grupales de inicio, desarrollo y cierre, desde la pregunta ¿cómo aborda el grupo su tarea?), de organización (el funcionamiento del grupo como un sistema) y de emergentes (el contenido del discurso grupal como metáforas de los núcleos y dilemas subjetivamente significativos).
El proceso grupal se establece con dos criterios básicos: la construcción del ámbito grupal y la idea de aprendizaje como proceso, proceso no lineal sino tensionado siempre por tendencias contradictorias. La lectura de la experiencia se realiza desde una concepción de proceso (que se traduce metodológicamente en la consideración de los momentos grupales de inicio, desarrollo y cierre, desde la pregunta ¿cómo aborda el grupo su tarea?), de organización (el funcionamiento del grupo como un sistema) y de emergentes (el contenido del discurso grupal como metáforas de los núcleos y dilemas subjetivamente significativos).
También nos parece fundamental
distinguir entre el método, las técnicas (la básica y las auxiliares) y las
estrategias. El método, decía Pichon-Rivière, es “ayudar al grupo a pensar”.
Esta frase resume una idea en mi opinión enormemente fructífera, si entendemos
por “pensar” un movimiento por el cual un grupo se abre a un mundo de
posibilidades y logra comprender los procesos que lo atraviesan desde nuevas
perspectivas, aprendizaje que le permite operar sobre el mundo con mejores
recursos. El método (el “cómo” de la intervención grupal) se actualiza
con tres estrategias básicas:
a) Propiciando que se pongan
de manifiesto las concepciones, prejuicios, emociones, mitos y valores con los
cuales los integrantes del grupo de aproximan al campo grupal y a la tarea
propuesta.
b) Señalando y favoreciendo
la modificación de distintos obstáculos epistemológicos y epistemofílicos, como
son, por ejemplo: los mecanismos de naturalización, las certezas, los
estereotipos y las disociaciones.
c) Interrogando sobre la
tarea manifiesta (¿para qué están juntos?), como forma de enlace de las
vicisitudes grupales al proceso de elaboración de la experiencia.
Aplicación del modelo
El modelo que hemos presentado se
caracteriza por su plasticidad para abordar muy diversas demandas y situaciones:
intervenciones breves o prolongadas; intervención en instituciones, en
comunidades o en grupos privados; tareas de diagnóstico o esclarecimiento, de
formación, terapia o reflexión; introducción o no de técnicas auxiliares
(dramatizaciones, etc.). La plasticidad es correlativa a la capacidad de
escuchar la demanda, de mirar el proceso y de atender las condiciones
específicas que se presentan; en cambio, lo que permanece invariable es el
método, que, en otras palabras, es la noción que el coordinador tiene de su
función, de la finalidad de su trabajo y de las formas de llevarlo a cabo. A lo
largo de los años hemos realizado un gran número de intervenciones grupales
siguiendo este modelo, algunas respondiendo a demandas específicas y otras
diseñadas como estrategias de formación o de investigación.
A manera de ilustración quiero
referirme brevemente a una experiencia reciente de investigación, en el marco
del proyecto denominado Grupalidad y devenir social. En ese contexto, y desde
el propósito de investigar el posicionamiento subjetivo frente al futuro en los
habitantes de la ciudad de México, lo que nos llevaría presumiblemente a
comprender las condiciones y calidades del tejido social en relación a la
capacidad para proyectarse en la construcción del sí mismo y de la sociedad, se
convocaron grupos de reflexión en distintos ámbitos, que cumplieron, también,
propósitos terapéuticos de esclarecimiento y elaboración. Se estableció como
consigna-eje (tarea) el reflexionar acerca de qué les evocaba la idea de
futuro, a nivel personal y de la sociedad en la que viven. En grupos
conformados por adultos jóvenes de clase media y clase popular, observamos el
despliegue de un horizonte ensombrecido y amenazante, construcción subjetiva
claramente referida al vínculo social, que aparece tensionada por el campo de
la esperanza y la figura de un sujeto que resiste, que se empeña en caminar
ante circunstancias que se viven básicamente como adversas. Puedo aclarar
que las reuniones fueron grabadas y el material pudo ser analizado más allá del
momento específico de la intervención. Además de estos hallazgos como productos
de investigación -de los que sólo hemos hecho un pequeño esbozo-, el
proceso grupal permitió a los participantes ampliar su mirada en relación a
cómo enfrentan su vida presente e imaginar otras maneras de proyectarse en su
trayecto de vida, así como revalorar y reafirmar su existencia.
Reflexiones finales
Al valor de contención que tienen
los espacios grupales, a sus potencialidades terapéuticas –de transformación no
sólo del sufrimiento individual sino como reconstitución del sentido de las
experiencias colectivas- debe añadirse su riqueza como estrategia formativa,
como sustento de la tarea educativa en el sentido amplio del término, y su
utilidad para la investigación, como dispositivos que posibilitan la producción
de materiales susceptibles de múltiples miradas analíticas.
Las prácticas de intervención grupal, para superar una simple intención voluntarista, tendrían que ir de la mano con el desarrollo del conocimiento, de la investigación en el campo de la grupalidad, y acompañarse de una mirada crítica tanto de los dispositivos de intervención como de los procesos de formación del operador grupal. En esta perspectiva, no dudamos en destacar que, así como se está verificando a nivel social una tendencia a la individualización –que no de individuación-, de conformismo y reforzamiento de las tendencias disolutivas de la grupalidad –en tanto dimensión de enlace, aprendizaje y sostén social-, la apuesta por prácticas que tienen potencialidad para sacudir los fundamentos del “ir siendo sujetos” ante el devenir social, resultan altamente pertinentes como alternativas en la acción psicosocial. La intervención grupal no es, naturalmente, la única acción posible, pero es sin duda una práctica enormemente valiosa en la medida en que apunta a los fundamentos de nuestro ser en sociedad.
Las prácticas de intervención grupal, para superar una simple intención voluntarista, tendrían que ir de la mano con el desarrollo del conocimiento, de la investigación en el campo de la grupalidad, y acompañarse de una mirada crítica tanto de los dispositivos de intervención como de los procesos de formación del operador grupal. En esta perspectiva, no dudamos en destacar que, así como se está verificando a nivel social una tendencia a la individualización –que no de individuación-, de conformismo y reforzamiento de las tendencias disolutivas de la grupalidad –en tanto dimensión de enlace, aprendizaje y sostén social-, la apuesta por prácticas que tienen potencialidad para sacudir los fundamentos del “ir siendo sujetos” ante el devenir social, resultan altamente pertinentes como alternativas en la acción psicosocial. La intervención grupal no es, naturalmente, la única acción posible, pero es sin duda una práctica enormemente valiosa en la medida en que apunta a los fundamentos de nuestro ser en sociedad.
M. Baz: La intervención grupal: finalidades y perspectivas para la investigación 2011